¿Te encandilaron las luces de la gran ciudad cuando viniste por primera vez a Buenos Aires?
Sí. Vine con mi padre, mi tío y mis primos. Y todavía recuerdo el aroma del subte –porque allá, en Rosario, no teníamos–, que es único, especialísimo y que no existe en ninguna otra ciudad del mundo. De los autitos chocadores del Parque Independencia al Italpark, que era para mí Disneylandia, fue un impacto total.
¿Cuántos años tenías en ese primer viaje?
Unos 10, supongo. Me había impactado mucho. Y siempre quedó en algún lugar la fantasía de volver. Un poco obligado por la vuelta del perro de Rosario y otro poco por la fascinación que ejercen las grandes ciudades.
¿Qué otros recuerdos de aquel primer viaje?
Calle Corrientes. Corrientes y Montevideo, donde después viví. Viví en toda esa zona, en el hotel Milán, en el hotel Première arriba de La Giralda, viví en un departamento que me prestaba mi tío Lito… Toda esa zona era muy intensa, estaba la historia de la bohemia, los teatros…Me pegaba mis buenas caminatas por Corrientes, a la noche sobre todo. Y todavía lo hago.
Todavía quedaban vestigios de bohemia, muy distinto de lo que es ahora…
Sí, estaba Pernambuco ahí en esa cuadra, pasaba Symns, yo salía a comprar la Cerdos y Peces, estaba el teatro donde enseñaba Augusto Fernández en Rodríguez Peña, El Vitral… Así que yo agarré eso. Y después ya entré en el Buenos Aires de los 80: drugs, eigthies y acción. El Einstein… Se estaba moviendo todo, se estaba saliendo de la dictadura y el mapa, la tela de fondo era fabulosa: Modern Clics, Yendo de la cama al living y Jade. No podía ser mejor mi vida en ese momento para vislumbrar el futuro: tenía todos los mothers, más toda la máquina paternal. Estaba Melingo, mezclando la JP con las drogas y el humor, y escuchando ska y a la vez estaba produciendo a los Cadillacs. Estaba Sumo, y la personalidad arrasadora de Luca. Y me acuerdo que los iba a ver: era fan.
¿Te cruzaste con ellos en ese momento?
No, con Luca curtía, con los otros no. Después con Mollo y Arnedo tuvimos un encuentro muy lindo en el 88, en la sala de ensayo La Mar, en Caballito, que fue un período de mucha producción allí. Y ellos cayeron a hacerse colegas. Se había separado Sumo. Eran encantadores. Y, para Ey! llegaron a grabar “Alacrán”.
¿Qué circuito frecuentaban con Luca?
Yo me lo cruzaba en el Parakultural y de ahí a la casa de él, que era un conventillo que estaba ahí muy cerquita, y era un lugar de movida también.
¿Y de qué hablaban?
De música. Luca tenía una charla suave. Después tenía el muñeco ése para la prensa, claro. Pero era un tipo muy sofisticado, muy inteligente, y tenía una linda charla. Me acuerdo de haberlo cruzado varias veces y terminar en la casa de él. Era alucinante: en el Parakultural estaba Urdapilleta con Tortonese… ¡y Batato! La vibra de Buenos Aires era alucinante. Estaba Bolivia, que era el bar de Sergio De Loof. Te cruzabas con gente divina. Todos locos. Músicos, pintores, actrices, escritores… Era una ciudad muy revolucionaria en ese sentido, con grandes aspiraciones estéticas.
Y vos en ese momento, si bien ya tenías varios discos editados, todavía no eras “Fito Páez”.
Yo llené el Luna Park como hito, digamos, por primera vez en el 85.
Pero de todos modos todavía te movías en un terreno que era under…
Sí, claro. Era amigo de [Fernando] Noy, estábamos curtiendo todo el tiempo. Y había libertad, que la generábamos nosotros también. Igual, conmigo pasó una cosa extraña, creo, que fue que aparte fui popular. Me saludaban hasta las tías, las vecinas, les caía simpático, no sé…. Después es difícil exigirle a alguien que siga todo tu recorrido, tu viaje interior. Pero yo siento que me han dado un espacio en este lugar, que me han dejado hacer. Para mí es un regalo, porque yo conozco artistas extraordinarios que por ahí nos son populares, que no son queridos porque no los conocen. Pero también hay que decir que la esperanza que teníamos de que las cosas se movieran para un punto mejor no sucedió, eso también es real.
En lo estético o en lo social?
A todo nivel. En los 80 estaba Fogwill haciendo Los pichiciegos. Estaban Horacio González, Beatriz Sarlo… Filipelli haciendo sus películas. Pero hubo algo que mostró que la platita valía más, que no importaba resolver nada de nada. En ese sentido, somos un pueblo adolescente. Y yo viví en Buenos Aires ese proceso; y no me gustó, fue una decepción. Como perdimos esa oportunidad, Buenos Aires se transformó ahora en la ciudad que vota a Macri y elige a Elisa Carrió para presidente. Entonces eso hay que verlo, hay que estudiarlo. Allí hay algo esencial de la ciudad que no se mantuvo: su tradición cultural.
¿Cuándo empieza a aparecer Buenos Aires en tus canciones? ¿En “11 y 6”? ¿En “Giros”?
Aparece Buenos Aires cuando estoy con Charly, cuando lo veo haciendo Terapia intensiva cocinando todo eso en ese momento, en el estudio, cómo metía los tambores, y las cosas que se le ocurrían musicalmente, era tan exótico... Nunca me voy a olvidar de cómo Charly disponía los estéreos: todavía lo hace. Una precisión en las perspectivas sonoras de los instrumentos que era fascinante y es fascinante sólo por eso. Charly García es Buenos Aires. El potente, el que va a quedar para siempre. Y eso fue una gran influencia, entonces en “Giros” ya está la taquicardia, las velas rápidas, el tempo alto, están las guitarras eléctricas de Charly abiertas. Además no te olvides de que yo estuve en la cocina del vivo de Modern Clics, así que vi todo. Pero Luis también es Buenos Aires. Cuando hace “Resumen porteño” y dice: “Ricky está listo, listo del bocho y encima le tocó Marina: 937”. Ya te contó la ciudad. Ya la había contado igual, con “Laura va”. Luis representa el aspecto más moderno y volátil del artista argentino. Yo lo empariento mucho con Xul Solar, con una suerte de metafísica interior muy importante y con unos niveles de invención insólitos. Imaginate el culo que tuve de cruzarme con esos dos animales… y después con Litto.
¿Te acordás del primer encuentro con Spinetta?
Fue en la esquina de Santa Fe y Riobamba. Le digo “¿Vos sos vos?” y me dice “¿Vos sos vos?” y a partir de ahí nos quedamos hermanos para siempre. Me acuerdo que vino a casa, en Rosario, y curtimos dos tardes con mis abuelas: mi padre había fallecido, y se vino a estar conmigo y mis abuelas allá en Rosario. Era muy emocionante tenerlo a Luis en mi casa. El fue mi maestro, mi mentor silencioso. Recuerdo muchas cosas con él, pero la grabación de “Gricel” fue un momento inolvidable. Fue en el estudio de arriba, en Ion, yo estaba con un emulator y él me decía “probá esto”, “probá lo otro” y en dos horas teníamos el tema, con las voces y los trenes…Yo recuerdo que le puse un contrabajo medio baión, él se entusiasmó mucho. Pero todo el arreglo de “Gricel” es un hombre hablándole a otro.
Volvamos a “11 y 6”, que claramente aparece Buenos Aires de un modo muy explícito. De hecho, son las calles que recorrías en ese momento, ¿no?
A mí, en general, todo lo testimonial y lo coyuntural me termina agotando, pero esa canción tiene encanto. Creo que el secreto está en la melodía y en darle al amor la dimensión mítica. Y me parece que tiene una melodía que es linda.
Se puede vincular con “Chiquilín de Bachín”, de Piazzolla y Ferrer…
Exacto. Tiene una tradición, y casi es el mismo cuento. “Chiquilín” es menos feliz, la poesía está un poquito más afectada: hay un dramatismo puesto, hay culpa…
En el año 2000 escribiste “El diablo de tu corazón”, un tema en el que te mostrabas enojado con Buenos Aires. ¿Te reconciliaste con la ciudad?
Me reconcilio cuando escucho los discos nuevos de Lucas Martí, Gonzalo Aloras, Vandera, Pablo Dacal, los Rosal, Lisandro Aristimuño… Incluso Lucho Ortega está grabando canciones... Ese es el pulso de la ciudad, ¡hoy! Pero todavía veo las grescas en la calle… Pero Buenos Aires es un laboratorio crispado. No tiene mar, no quiere ver el río. No tenemos baile, salvo el tango, y la sensualidad de Buenos Aires es una sensualidad intelectual. Pero hay poco cuerpo.
¿Poco cuerpo? ¿Por qué?
Porque no tenemos el samba, no tenemos Africa en un punto. Basta con escuchar la música de Astor para entender el dramatismo de la ciudad. Es una música nostalgiosa; muy vital, pero evoca la nostalgia como un sentimiento importante. Yo creo que Buenos Aires es el gran laboratorio argentino, están pasando cosas permanentemente, pero no hay capacidad para leer Buenos Aires ya, ahora mismo. La perdimos. Por la cantidad de dimensiones y capas que tiene, por su complejidad merecería un análisis como el de Martínez Estrada. Hay cosas que te llaman la atención. Música popular de los 80: Yendo de la cama al living. Música popular hoy: Arjona. Está ahí, es la misma ciudad. Lilita Carrió en la presidencia y Macri en la Municipalidad. Esa es la Buenos Aires que tenemos hoy; es la realidad, no es una interpretación mía. Ese es el voto de hoy. Macri es un hombre que no sabe nada de la cultura en Buenos Aires... El jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no puede decir que leyó una novela de Borges: está prohibido, señor. Arjona no hace treinta y cuatro Luna Park en ningún lado del mundo, loco. ¿Qué pasa? ¿Se han vuelto todos locos? ¿Cómo puede ser? ¿De Yendo de la cama al living a esto? ¿Qué pasó en el medio?
¿Sentís que tendrías que ser vos el que llene esos treinta y cuatro Luna Park?
Nooo, ni en pedo, no quiero cargar con eso. Yo tengo un lugar perfecto, de una libertad total, y me siento muy orgulloso de eso. Acá nadie va a venir a sentarse adelante mío a decirme “vos hiciste tal cosa o tal otra”. Silencio, silencio porque ese es mi patrimonio: mi libertad. Es lo único que tengo… y el amor de mis hijos. Y supongo que el amor de gente a quien amo también. Eso no tiene precio, eso es lo que te hace el amor y lo que te da cierta certeza, poder decirle a cualquiera tu punto de vista sin tener que ofenderte ni pelearte con nadie. Tus pequeñas verdades.
Por Humphrey Inzillo