viernes, 12 de febrero de 2016

Recordando a Santiago Feliu


Santiago Feliú (La Habana, 29 de marzo de 1962 - 12 de febrero de 2014 )

"Te vamos a extrañar porque fuiste uno de los mejores. Fuiste uno de mis grandes e incondicionales amigos", dijo Páez, añadiendo que "amo a Santi por su lirismo inconmensurable. Por su autenticidad y su quijotismo contra viento y marea de todas las formas impuestas por los cánones de la música popular del mundo".

http://www.emol.com/noticias/magazine/2014/02/13/644710/fito-paez-lamenta-muerte-de-feliu-un-quijote-de-lirismo-inconmensurable.html


Santiago Feliú en el Palladium 






–Se sabe de su admiración por Fito Páez, Baglietto, Charly García. Después de aquella camada, ¿le interesaron otros artistas argentinos?


–Creo que, en plan cantautor –rockero o no–, después de Fito ha habido un vacío muy grande en la Argentina. Hace rato que no oigo gente que haga un trabajo fuerte. Supongo que habrá: este país es muy grande y sé que en la infancia te dan a escoger entre una pelota y una guitarra. Pero el que manda es Miami, así que a lo mejor hay talento, pero no aflora en el mercado. Hace rato que no veo algo que me impacte como Los Redondos, Charly o León. Es decir, la pregunta sería ¿qué hubo de nuevo aquí después de Fito Páez? 

http://www.pagina12.com.ar/2000/00-09/00-09-23/pag30.htm


   Santi







 Por Fito Páez

Santiago Feliú fue uno de mis más divertidos compañeros en la noche habanera durante casi 30 años. Fueron noches de música, alegría, excesos y amistad. Recuerdo su carromato blanco que parecía una caja de pandora donde convivían sillas rotas, tarros de pintura, guitarras, cables eléctricos, equipos de música, alfombras, etc, y el auto de Chitty Chitty Bang Bang de Dick van Dycke, por donde nos sacaba a Juanpin, a Alejandro Avalis y a mí por los piringundines y antros habaneros en busca de nuevas aventuras. Nos peleábamos y entreverábamos mucho entre la revolución cubana, los efectos del ron, la indecencia capitalista a la que yo oponía la nuestra propia y sus delirantes posiciones de acordes en esa endiablada guitarra zurda de la que él hizo florecer varias de las mejores canciones de la música popular americana de los últimos años. Y su constante tartamudeo. Yo le decía: “Hablá bien cabrón, no tengo mucho más tiempo” –mientras señalaba con mi dedo índice hacia mi muñeca a un reloj invisible en señal de apuro e incomodidad. Y él entre el ataque de risa propio, el de la concurrencia y su adorable gaguez tardaba en responder. Y cuando lo hacía lo hacía con esa ternura que despiertan los niños. Amaba y amo mucho a Santi por su testarudez ideológica, aunque muchas veces no acordara con él y tuviéramos diferencias irreconciliables tanto en aspectos políticos como musicales a veces, o sobre la piel de alguna mujer o la importancia del agua en la navegación. Nada que no pudiera desarmar una buena Hatuey de doce grados helada recién salida de algún refrigerador cubano. Amo a Santi por su lirismo inconmensurable. Por su autenticidad y su quijotismo contra viento y marea de todas las formas impuestas por los cánones de la música popular del mundo.
El escribió sus gemas al borde del mundo. En un castillo de cristal. Estaba y no estaba con nosotros. Cuando lo veías y escuchabas con sus grupos en La Habana durante tantos años, en tantísimos escenarios, si lo mirabas atentamente podías ver a un hombre niño poseído, en trance bajo algún efecto narcótico de sus visiones del mundo. De un mundo que podía a veces no estar frente a él. Pero es que de eso se trata todo. A veces no estamos allí o eso sobre lo que cantamos no está allí. Eso vive en otras dimensiones. Y eso que vive en otras dimensiones se percibe en soledad, bajo las estrellas o dentro de un opiadero en Marrakesh, o después de un polvazo con una mulata desconocida en Bogotá, o dentro de los ojos de tus hijos, o en una soledad acompañada de muchísima gente en una discoteca. Eso que él percibió y expresó del mundo fue y será absolutamente genuino y original. Grave y agudo. Hizo su vida y sus canciones sin pedirle permiso a nadie. Como debe ser. Absolutamente incorrecto, como los grandes artistas. Y tenía ese exquisito sentido del humor para desacralizar todo lo fatuo. Era un hombre del rock and roll, sin haberlo escuchado mucho. Sin miedos ni normalidades absurdas. El era un anormal en todo el sentido enorme de la palabra. Sus músicas y sus palabras representaban “la diferencia”. El era lo diferente.
Santi era de esos que asustaban a los progresistas correctos, defensores de las diferencias. Miserables, decíamos. Sé que a Santi le hubiera gustado mucho este último párrafo. Puedo decir que conocí a un hombre noble y sin ninguna duda, de haber ido a la guerra, lo hubiera querido tener a mi lado porque sé que hubiera cuidado mis espaldas como yo las de él. Santi, te vamos a extrañar porque fuiste uno de los mejores. Fuiste uno de mis grandes e incondicionales amigos y habernos conocido se lo debemos a Pablo Milanés, en el festival de Varadero 87.
Me cuentan que ya te cremaron.
Edgar Allan Poe narra en uno de sus cuentos que no se muere hasta terminar de morirse la última célula, ¡o sea que sentiste al fin las llamas del fuego sobre ti...!
¿Habrán sido tan sagradas y hermosas como las de tu corazón?

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-31327-2014-02-13.html