sábado, 26 de julio de 2008


Fito analiza a Charly
¡Ojo con García!

Carta de un músico a otro: Páez revisa puntillosamente la obra del señor de bigote bicolor y levanta la voz para decir que es necesario tomárselo muy en serio, porque no habrá ninguno igual. Además, desde las nuevas páginas de la biografía escrita por Sergio Marchi, un avance de Kill Gill, ese disco que no termina de salir pero que, al parecer, vale la pena esperar


Por Fito Páez

Para LA NACION

Sábado 26.07.2008

Buenos Aires 2007


¡Ojo! Charly es grande. Un niño envuelto en cuerpo de hombre, los ojos pícaros, la actitud maldita, la destreza del pensamiento y esa fabulosa capacidad para que todas las fuerzas jueguen a su favor. El don de la música es su látigo implacable y, como todo gran artista, no presta atención más que a sus sentimientos. "Canción para mi muerte" ya contenía la idea de la tragedia. Un flaco que entendía con esos acordes, que podían ser de Haydn, el sentido del mundo. Confesiones de invierno es su primer intento de incorporar la gran orquesta. Alguien que se anima en los comienzos de la década del 70 a jugar en estos terrenos sin ningún complejo. ...el sabía de qué se trataba porque el piano le daba esa dimensión. La expansión de los acordes en "Cuando ya me empiece a quedar solo" no era jugar a Europa y al tango. Era también fundar una nueva forma para el tango, con todos sus elementos melódicos, armónicos y rítmicos. Nebbia y Spinetta estaban haciendo lo mismo. Pero ahora estamos con Charly, que reinventa la música argentina y con ella entrega una pieza fundamental para pensar la música popular, la crítica y el tiempo.


Tendré los ojos muy lejos

Un cigarrillo en la boca

El pecho dentro de un hueco

Una gata medio loca

Un escenario vacío

Un libro muerto de pena

Un dibujo destruido

Y la caridad ajena

Un televisor inútil, eléctrica compañía

La radio a todo volumen, y una prisión que no es mía

Una vejez sin temores

Una vida reposada

Ventanas muy afiladas

Y una cama tan inmóvil


Y un montón de diarios apilados

Y una flor cuidando mi pasado

Y un rumor de voces que me gritan

Y un millón de manos que me aplauden

Y el fantasma tuyo, sobre todo...

Cuando ya me empiece a quedar solo.



Es el relato de un hombre que triunfa en la vida y se queda apenas con esa historia de amor vaya uno a saber de qué tipo, pero de amor al fin: la nombra fantasma y convive con ella a partir de un momento determinado, momento en el que la historia en cuestión se transforma en su conciencia melancólica. Ese fantasma, que para cada uno de nosotros significará algo especial, nos une a un mundo que no fue el que deseamos enteramente. Ese fantasma puede ser algo que perdimos y no hubiésemos querido perder; o nosotros mismos vueltos esos fantasmas, que nos impidieron ser más felices y así nos dejaron menos plenos. Pero, como siempre, García es poderoso a la hora de la verdad, que es el paso del tiempo y nuestra relación con ese hecho. Poder resumir en una canción una historia de este tipo es inusual. Mientras Thomas Mann se toma 700 y pico de páginas para contar lo suyo en la La montaña mágica , García se toma cinco minutos. Los dos están hablando del tiempo.


Estamos en la Argentina, en 1974. Pequeñas anécdotas sobre las instituciones marca el comienzo de una nueva y personalísima etapa en la música popular contemporánea en castellano. Charly se mete con los melotrones, los minimoogs , los clavinets y nos enseña que se puede seguir inventando maravillas en un mundo que se va degradando. Llega 1975 y ya comenzaban a aparecer los desaparecidos. García va para adelante, se carga los muertos, pero también las ganas de vivir. Adelanta la aguja en un país que solo busca anestesia e inventa La Máquina de hacer Pájaros, un grupo en consonancia con las tendencias sofisticadas del momento, único. Único porque la unicidad la daba él mismo, tirando el minimoog al piso, bailando en un país que no lo hacía, juntando a Los Beatles con Genesis, arrancando un concierto en Rosario con una rosa en la boca y las piernas repartidas entre los teclados en V. Provocando. ¡Ojo! Charly es algo... Películas , segundo disco de La Máquina , nos regala "Ruta perdedora" y "No te dejes desanimar", canciones que ya querríamos haber hecho. Después se monta Seru Giran, el máximo refinamiento dentro del rock popular escuchado en la Argentina. Después, y eso habla bien de la gente de aquí, la operación fue coronada por el éxito. Las canciones eran: "Eiti Leda", "Canción de Alicia en el país", "Cuánto tiempo más llevará", "Seminare", "La grasa de las capitales", "A los jóvenes de ayer", "Encuentro con el diablo", "Peperina".


En 1981 llega Yendo de la cama al living , álbum bisagra. Nada volverá a ser lo mismo en la canción popular argentina (otra vez). En un estudio clase "B ", García vuelve a reinventar todo. Piazzolla, Dylan, la falopa, Lennon, Willy Iturri, la viola muteada con delay corto, el tambor fuerte, el conservatorio europeo ("¡Me duermo con todos ustedes, porque yo ya lo sé!"), Manuel Puig y García Márquez. Después vino Clics modernos , la música del futuro, Kubrick y la exactitud. En los años 80 Charly se movía intentando darle un centro a la escena. El centro del mundo estaba en Buenos Aires y García era Buenos Aires. El Bar Einstein, La Esquina del Sol, Cemento, el Parakultural, su casa. A los únicos a los que no los asustaba la cocaína eran a él, a Fogwill y a Enrique Symms. Después vendrían Parte de la religión y Cómo conseguir chicas , joyas argentinas modernas. La hija de la lágrima es un disco extraño, piedra fundacional del futuro del siglo 39. Un álbum hecho de pequeños retazos, aparentemente inconexos, que desafían al oyente desprevenido, lo llevan a perderse durante una hora en un caos que asustó a seguidores y crítica, porque Charly, ahora sí, se había vuelto loco. Y esto era lo que todos habían estado buscando durante tantos años. El mundo necesita arrinconar al que se anima a más, porque pone todo en peligro (como si no lo estuviera ya). García estaba aburrido de los acordes, del 4 por 4, del desarrollo de la canción, y ahora iba en busca de más. Deshace la forma de composición convencional y se encierra en un estudio con sus demos caseros, películas, CD favoritos a inventar una forma nueva, que es su ya conocida audacia. Todos se horrorizaron. La máquina de matar estaba lista otra vez, buscando esa perfección pequeñoburguesa. Charly ya no era material de consumo en los hogares, su música molestaba y agredía. Había perdido la canción, decían.


Pero su arte trasciende estas cuestiones, menores ellas, y se sitúa fuera de los cánones de la música de confort para un mundo globalizado. García se vuelve específico y original. Busca el error. Funda una mística, como todos los grandes artistas. Nos hace repensar el sentido de un arte salvaje, todavía posible; un arte vivo, que destila odio y humor, pasión y amor, y que nos intima a ser más inteligentes y volver a descubrir el mundo en el que vivimos. Yo no sé quién podría ufanarse de eso aquí. Mientras tanto, García era el falopero más grande de la historia argentina. Su carrera estaba "acabada" y eso era bueno porque se correspondía con nuestra enloquecida tradición de intentar construir todo sobre lo recién destruido por nosotros mismos, intentando así refundar el mundo, como si fuera posible. Esta idea volvería loco a cualquiera. Pero Charly no es un loco, pienso, mientras llegamos a Capilla del Monte a tocar algunas de sus canciones.


Pasajera en Trance

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